Quise escribir un verso,
Una sola línea para una poesía,
Pero fue tan imposible,
Encontrar la perfecta inspiración.
Miré entonces las paradisiacas montañas,
Con su radiante verde esmeralda,
Con su aroma a rosas y jazmines,
Con su fragancia matizada de azahares.
Con esos árboles de pino, imponentes,
Con esas flores que alegran la existencia,
Verdes vallados que alucinan los sentidos,
Y esa brisa que hasta el alma penetra.
Miré luego las esbeltas estrellas,
Que poblaban el oscuro, negro cielo,
El sol la luna, nebulosas y galaxias,
Pero no fueron suficiente inspiración.
Imaginé el profundo… azul océano,
Con sus gigantes criaturas en millones,
Con sus corales y flamantes arrecifes,
Con sus tesoros incrustados en la arena.
Más ninguna de ellas fue suficiente,
Mi inspiración aun no llegaba,
Se había perdido entre las sombras y el silencio,
Se había perdido entre la aurora y el ocaso.
Apareciste tú… dibujada entre jazmines,
Entre cantos de canarios y jilgueros,
Entre las nubes del más lindo… azul celaje,
Entre torrentes de ilusiones encantadas.
Recordé tu voz…
Esa linda que vibraba en mis oídos,
Como cuerda melodiosa de la lira,
Penetrando a mi frágil corazón.
Recordé tus ojos…
Cual luz de la aurora brillando en las tinieblas,
Esos ojitos café… castaños…
Esos ojitos pintados de dulce miel.
Ah… esa sonrosada boquita…
Pintada, dibujada con rosas… con fresas,
Con sangre carmesí… escarlata,
Con el brillo del sol al ocaso…
Y esa cabellera rubia…
Rubia aunque no la recordaba así…
Que se mecía al correr el viento,
Que se mecía y volaba hacia mi…
Fue la inspiración más dulce,
Fue la inspiración perfecta,
Fue la inspiración que hizo,
Que escribiera el mejor verso para esta poesía.